Por las noches la soledad desespera
Sabes que es de noche solamente porque te lo grita el cuerpo.
Tus manos se encargan de la minuciosa tarea que correspondería a otros.
No te importa si ellas se hacen cargo por adicción al trabajo, por ocio o por la obligación que les genera estar pegadas al cuerpo.
No te importa si esos otros no te brindan sus manos por pereza, por frigidez o por falta de inspiración.
No hay arriba ni abajo, no hay ojos, no hay boca, no hay olfato, no hay oído, no hay gusto, no hay pensamiento.
Tus manos se concentran tanto en la tarea que te cuesta creer que siguen siendo tus manos.
Podrías jurar que una parte tuya se ha convertido en otra persona que te desea con locura.
Te observa desde la sorda oscuridad.
Se babea con gotas cálidas que podrían confundirse con tu propio sudor.
Te huele a vacío.
Te suena a un silencio familiar.
Te sabe a ausencia.
Te percibe y no te piensa.
El placer es casi tan difícil de encontrar como una estrella fugaz cuando necesitas pedir un deseo con urgencia.
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Por eso no hay que dejar pasar la oportunidad de hacer realidad un deseo cuando se presenta.
O de tener un orgasmo. Un orgasmo como un deseo del cuerpo cumplido por la oportunidad.
Tus manos rebuscan sin encontrar, revuelven sin desordenar, tironean sin arrancar y complacen sin pedir reciprocidad.
El limbo es un sitio habitado por genitales sin manos que puedan tocarlos.
Cada caricia íntima es como un golpe dado sin violencia, casi con amor.
No se puede morir ni vivir en los lugares en donde no existe el tiempo.
El placer es una pequeña eternidad que no quieres compartir con nadie.
Ni la gran vida ni la pequeña muerte tienen algo que ver con esto.
Por las noches la soledad desespera… a quienes ya están desesperados.
Al resto, la soledad, los masturba.
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