Me sorprendió escucharlo reconocer, muy vehemente, que él tiene
una forma arcaica de ver la vida, que la mujer de uno es la mujer de
uno, que no se toca y ya está, porque es suya, y es difícil verlo de
otra forma.
Hasta aquí puede, incluso, parecer normal en un hombre de principios del siglo pasado, pero no, las palabras corresponden a un hombre de cuarentaytantos, con formación superior, buen nivel y mucha vida a las espaldas. Ah, y muchas mujeres, también.

Por eso resulta aún más extraño, porque su novia no puede ni tomarse un café con un amigo íntimo, porque empieza a cuestionar cuánto de íntimo es el amigo, en el mejor de los casos.
“Yo no podría soportar que la tocara otra persona y luego seguir con ella. Ella podría hacer su vida, por supuesto, que yo no soy su dueño -quién lo diría-, pero yo ya no estaría con ella, en su vida, porque el contrato es en exclusiva”.
Vaya sentido de la propiedad que tiene el pavo. Y vaya morro. Porque él no es que lleve una vida como la que le exige a ella. Él es un pavo real, acostumbrado a estar rodeado de amigas y más amigas, con las que se va sin ningún problema. “Otra cosa será -dice- cuando me case con mi novia o viva con ella, aunque no sé si lo podré aguantar”.
Este aún no se ha enterado que nadie es propiedad de nadie y que si ella está con él es porque quiere ella, no porque él le exija un contrato de exclusividad. Todo se reduce a lo mismo, que es algo de lo que sufre mucha gente: celos y afán de posesión.
Hasta aquí puede, incluso, parecer normal en un hombre de principios del siglo pasado, pero no, las palabras corresponden a un hombre de cuarentaytantos, con formación superior, buen nivel y mucha vida a las espaldas. Ah, y muchas mujeres, también.
Por eso resulta aún más extraño, porque su novia no puede ni tomarse un café con un amigo íntimo, porque empieza a cuestionar cuánto de íntimo es el amigo, en el mejor de los casos.
“Yo no podría soportar que la tocara otra persona y luego seguir con ella. Ella podría hacer su vida, por supuesto, que yo no soy su dueño -quién lo diría-, pero yo ya no estaría con ella, en su vida, porque el contrato es en exclusiva”.
Vaya sentido de la propiedad que tiene el pavo. Y vaya morro. Porque él no es que lleve una vida como la que le exige a ella. Él es un pavo real, acostumbrado a estar rodeado de amigas y más amigas, con las que se va sin ningún problema. “Otra cosa será -dice- cuando me case con mi novia o viva con ella, aunque no sé si lo podré aguantar”.
Este aún no se ha enterado que nadie es propiedad de nadie y que si ella está con él es porque quiere ella, no porque él le exija un contrato de exclusividad. Todo se reduce a lo mismo, que es algo de lo que sufre mucha gente: celos y afán de posesión.
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