Cuando entre en casa, un pequeño sendero de velas blancas se abría ante
mí. \"Sígueme\" decía en un pequeño papel. Como sí de un juego se
tratase cumplí las órdenes. Un millar de velas iluminaban la estancia.
La tenue luz de las velas me permitió verle. Estaba tumbado en una
colcha, intentando abrir una botella de champán. No tuve que decir nada.
Sus ojos se posaron en los míos. Me deslice junto a él. Sus labios
firmes y sedosos se posaron en los míos. Con leves caricias me abrió la
boca e introdujo su lengua. Poco a poco nuestros cuerpos se acercaban.
Sus besos, delicados, lentos y suaves fueron bajando por mi cuello.
Deslizó sus manos por mi pecho. Me quitó la camisa y los pantalones. Yo
no tarde en responder e hice lo propio con él.
Al tocar su piel me
quemaba, ardía como fuego. Sus besos cada vez más intensos, se posaban
por todo mi cuerpo. Bajó por mi cuello para deslizarse por mi pecho, mi
abdomen y mis muslos. Mis piernas se abrieron ante su llegada. Yo ardía
por momentos. Sus dedos recorrieron todo mi cuerpo. Sus manos me
abrasaban cuando tocaban mis pechos. Buscó mi lengua, mis labios, mis
besos. Yo le deseaba tanto como él a mí. En cuanto nuestras miradas se
encontraron le sentí. Le sentí tan dentro como nunca le había sentido.
Mis piernas se abrieron para dejarle entrar una y otra vez. Rodeé su
cadera con mis muslos. Le quería todo para mí. Lo quería cerca de mí,
dentro de mí. Perdí el sentido del tiempo, del espacio. Su cuerpo cada
vez más caliente, se movía más y más rápido. Entonces, como si de madera
se tratase, ardimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario